Declaración de intenciones

Antes de nada daros la bienvenida a este modesto Blog.
Bueno compañeros, como veis, aquello que se inicio como una conversación de chigre entre dos amigos, continuó con diversos contactos y reuniones de gente con voluntad y comprometidos con nuestra memoria y raíces, ha transformado aquel proyecto de recuperar lazos en una realidad.
Nuestro sueño es, con todo el respeto y la humildad, seguir siendo la voz unida de todos los mineros del Pozo Tres Amigos, nuestro pozo, de aquellos que no renuncian a su pasado, pero tampoco al porvenir.
Y es que las cuencas mineras padecen la peor de las enfermedades que nuestro trabajo podría producir, la enfermedad degenerativa del olvido y el abandono. Algunos habitantes de las cuencas recordamos con nostalgia, los tiempos en los que el carbón era el modo de vida de casi todo el mundo, y los mineros “éramos una raza única e irrepetible”. Por eso es por lo que queremos mantener la memoria, las vivencias, nuestros recuerdos….. una parte muy importante de nosotros mismos, de nuestra vida.
Así que ya sabéis, disfrutad del Blog y animaros a contactar y trabajar con nosotros para mejorar, para animarnos, para criticarnos, para enviarnos fotos o documentos, etc, todo ello a través del siguiente correo electrónico
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viernes, 6 de diciembre de 2013

Mineros que leen

A veces trabajar con una cámara grabando testimonios personales puede ser mucho más que una simple actividad laboral. Es en estas contadas ocasiones cuando más sentido cobra la afirmación de Rabiger “si a menos de 15 kilómetros a tu alrededor no encuentras una historia que contar, cambia de oficio”.
Es cierto que desde mi estudio hay una distancia mayor hasta la cuenca, donde tomé memoria gráfica de los recuerdos de aquel grupo de mineros retirados. Pero no lo es menos que dejaron de importarme los gastos de producción en cuanto pude encuadrar aquellas manos. De repente, en el visor de mi equipo tomaron cuerpo músculos en escorzo, ceños fruncidos, miradas profundas como la caña del pozo que, periódicamente, les prestaba y arrebataba la luz del sol. No podía enfocar sin tener presentes a aquellas mujeres que siempre esperaban con los guajes y el alma llena de angustia.
A través del lento desgranar de sus recuerdos iba tomando cuerpo toda una forma de entender la vida. Se justificaba en cada dato el hecho cultural irrenunciable de su lucha por la supervivencia. Cuando hablaban, con esa franqueza en la mirada, de las jornadas interminables; de lo que era barrenar a polvo, sin protección alguna; de los salarios miserables; de las triquiñuelas al falsear la edad, para poder ir a pedir modo y empezar en el tajo; de la fame que pasaron y de la que era preferible no acordarse; la vida, nuestra vida de hoy en día se posterizaba grotesca y yo sólo anhelaba que siguiesen contando más y más.
Nunca podré olvidar el relato, escalofriante en su sencillez, de la decisiva intervención de uno de ellos en el salvamento de otro. Las frases cruzadas de ambos; lo providencial de aquel taponar una hemorragia por la que la vida escapaba a borbotones. La presencia de los dos mineros contando a cámara su historia me hizo comprender de una forma indeleble de qué pasta estaba hecha esa gente.
Y hablaron de la represión; de la crueldad de las palizas; de la progresiva toma de conciencia de clase; de la camaradería; de la solidaridad. En sus historias se palpaba un trasfondo común; habían participado en la creación de una sociedad que, para bien o para mal, iba a configurar un futuro diferente para los suyos. Todos llegaban a un punto en el que pasaban de ascender por una cuesta empinada de recuerdos progresivamente más amables: las celebraciones, las fiestas en su patrona, la mejora de las condiciones laborales y de seguridad, el ver cómo sus hijos salían adelante; y de pronto se pronunciaba la palabra maldita, futuro. Y a todos ellos se les torcía el gesto.
Este puñado de luchadores, tallados en el acero del sacrificio diario, orgullosos de su pasado y razonablemente conformes con un presente que, en muchos de ellos, arrastraba claras secuelas de las condiciones en que habían desempeñado su oficio, cambiaban el tono al hablar de un futuro más que incierto para su tierra y para sus gentes.
Estoy seguro de que no exagero al afirmar que sospechaban que su mundo se acaba y que flotaba en el ambiente la convicción de que un cierto castigo político de quienes en otros tiempos les utilizaron, va a obligar a la inexorable desertización social de unos territorios que dieron lo mejor de sí y que se han visto, a posteriori, irremediablemente condicionados por las consecuencias de las actividades a las que, en cierto modo, les condenó el incipiente capitalismo del momento.
Ninguno de ellos pareció tener dudas acerca de las posibilidades de que una reindustrialización seria insufle nueva vida en su cuenca. Diríase que sospechan que en los tiempos que corren los amos de siempre preferirán buscar operarios en colectivos con una menor tradición de lucha obrera.
Siempre me sorprendió ver el afán con el que los paisanos hojean los periódicos en esos chigres que tanto les gustan. Da qué pensar: ¡mineros que leen!.

Mariano Bermejo

1 comentario:

Anónimo dijo...

Joder Mariano, menudo escrito, con cosas así como no vamos a leer. Este blog debería ser referente literario en la red.