viernes, 6 de diciembre de 2013

Homenaje a nuestros compañeros fallecidos

Hace unos días os pedíamos vuestra participación en la ofrenda floral a las víctimas de la minería, que se realizaría frente al mítico monumento al Minero, aquel que se erigió como homenaje a los mineros a raíz del fatídico accidente  del 31 de agosto de 1995, fecha en la que perdieron la vida 14 trabajadores en el pozo San Nicolás y ubicado junto al antiguo pozo Barredo, hoy Campus universitario. Los que fuimos, somos y seguiremos siendo de por vida mineros, pensamos que nuestros compañeros fallecidos, además de sus familias, se merecen ser recordados: por su trabajo, su sufrimiento y valentía. 
Ademas, este año una nueva tragedia múltiple en la minería, hacia si cabe, aun mas necesaria nuestra presencia en unos actos, hasta ahora, devaluados y sin participación. Por ello nuestro llamamiento, porque aunque hayamos sufrido no hemos perdido la esperanza; nuestros compañeros se lo merecen, todos nos lo merecemos.
Y la respuesta, vuestra respuesta, que os vamos a decir ..... ha superado muy de largo nuestras mejores expectativas. Si habéis visto la Tpa o leído la prensa, veríais que los trabajadores del Pozo Tres Amigos marcamos una vez mas la linea a otros pozos o colectivos, y solo por hacer aquello en lo que creemos. 
Desde aquí solo nos queda daros las gracias.


Pregón de Andrés Velasco González

Os reproducimos el pregón que, nuestro amigo y ya compañero, Andres Velasco, nieto de uno de los Pepitos que teníamos de vigilantes en el pozu, nos contó el pasado dia 30 de Noviembre, en la carpa del parque Jovellanos con motivo de nuestra 4ª Reunión. Próximamente os pondremos el vídeo para aquellos que prefiráis escucharlo.
Gracias Andrés. 
Buenos días a todos. 
Cuando en junio me llamó Florín para decirme que habían pensado en mí como pregonero para esta comida no dude en decirle que sí. Y no lo hice porque aunque yo no trabajé nunca en la mina, y los pozos que conozco solo los he pisado por fuera, me siento uno más de la familia minera. A ella me unen lazos de sangre, que son los que me han traído hoy aquí. 
Bueno, que mi trabajo también me une a vosotros, porque decirme, ¿Cuántos de vosotros no habéis utilizado alguna vez las páginas de La Nueva España para envolver el bocadillo que llevabais para comer al pozo?
Bromas aparte, desde que nací mamé ese espíritu de lucha, de carácter, de compañerismo y de solidaridad que todos y cada uno de vosotros, como mineros encarnáis. Y en mi casa siempre he tenido muchos ejemplos de ello. Mi padre, José Ramón, sin ir más lejos, no trabajó como vosotros en Tres Amigos, pero sí conoce otros pozos como Candín, Fondón o Santiago, donde desarrolló su carrera en la minería hasta que se prejubiló, y entonces pasó a desempeñar su actividad laboral y a pluriemplearse... en las pistas de tenis de Vega de Arriba y fregando los cacharros en casa. Mi madre Trini, mi abuela, Nieves, que además perdió un hermano en la mina, mi propia hermana Lucia o mi novia Laura, tampoco son ni fueron mineras, pero como igual que las mujeres de vuestras casas, también sufrieron los miedos que provoca tener a alguien cercano trabajando en la mina. Una mina en concreto, la vuestra, la de Tres Amigos, en la que trabajó muchos años, tantos como 26, José Antonio González, Pepito, mi abuelo, del que hoy os voy a hablar y por el que hoy estoy aquí.
Entró en el pozo a los 14 años, en Figaredo, el único sitio donde cogían a guajes de esa edad. Ahora eso ya no se lleva. Llegó a Tres Amigos en el año 64, y allí codo con codo con muchos de vosotros, picó carbón durante, como dije 26 años. Perdió compañeros, paso buenos momentos, otros más complicados, pero hoy está aquí junto a vosotros y junto a mí, siendo una de las personas por las que gracias a él yo soy quien soy. Los primeros años de mi vida me crié en su casa, y pese a que los años pasan, nos hacemos mayores y nos independizamos un poco, sigue y seguirá siendo una pata fundamental en mi vida.
Recuerdo aquellos años en los que vivíamos en el barrio de Arroxo, en una casa con jardín, en la que lo único que hacía era romper los rosales que mi güelu plantaba a balonazos y jugar en aquella casa. También quería contaros una anécdota que recordaba de cuando veía a Pepito llegar a casa con la calva llena de postillas y heridas. Pero amigos, hace unos días se me cayó el mito, y me enteré de que llevo casi 30 años engañado. ¿Porque os digo esto?...  Cuando yo le preguntaba a mi abuelo que que era lo que había pasado y porque tenía heridas en la cabeza, el siempre me respondía lo mismo: “fue un costeru”. Yo, inocente de mí, me lo creía. Puede pasar, ¿no? Pues bien, la semana pasada, como os decía, se me cayó el mito. Resulta que de costeros, nada de nada. En la casa en la que vivíamos entonces teníamos un sotano con poca altura, y Pepito, que siempre fue muy amigo de hacer chapuzas, pasaba allí mucho tiempo, y sin casco, no como en la mina, con lo que más de una vez, aquellas heridas de la cabeza venían de rozar con el techo del sotano… Menudos costeros había allí abajo…
Amigos, la minería hoy en día no es lo que era, y parece ser que pronto, sencillamente, dejará de ser. Los pozos en los que vuestros compañeros se dejan día a día la salud, y algunos se han dejado la vida, van a cerrar. Y lo van a hacer porque es mucho más barato traer el carbón de países en los que los derechos de los trabajadores, esos por los que también luchasteis vosotros y seguro que os costó más de un disgusto obtener, esos derechos, se ningunean. Es más barato traer el carbón de Colombia o Sudáfrica, sacado en condiciones infrahumanas, que explotar el propio. Los que mandan, que son los que tienen un su mano cambiar o no las cosas, han decidido que la mina en Asturias y en España ya no vale, ya no es buena, y hay que cerrarla. Que hay que cortar los cables de las jaulas, como hicieron en el año 2000 con la vuestra del pozo tres Amigos, enterrando allí una historia que cada año os encargáis de recuperar con estas reuniones para que a nadie se le olvide, que allí, en Tres Amigos, se sacó carbón, mucho carbón.
Por mi trabajo, sobre todo en estos dos últimos años me ha tocado vivir muy de cerca todo el conflicto alrededor de la minería. También tragedias, como la de León de hace unas semanas. He tratado de contar día a día en el periódico todo lo que ocurría, de la manera más objetiva posible, aunque bien es cierto que siendo de corazón minero y de familia minera a veces se hace muy difícil. Cuando ves injusticias, cuando ves gente sufrir por sus puestos de trabajo, por su futuro, por el de sus hijos o nietos, es muy difícil mantenerte al margen como un mero observador que trata de contar las historias tal y como suceden.
El año pasado participé en la marcha negra durante buena parte de la misma. Allí me di cuenta realmente de lo que era la familia minera. Más allá de las diferencias que pudiera haber entre unos y otros, todos somos personas, lo cierto es que entre los casi 200 hombres y mujeres que participaron, el sentimiento de hermandad era generalizado. La lucha solo tenía un objetivo, salvar el carbón, salvar las minas, salvar las comarcas mineras.
Unas comarcas mineras, por otra parte, en las que cada vez hay menos población. Cada vez somos menos porque los jóvenes, y vosotros lo sabéis bien porque seguro que tenéis algún caso cerca, nos vemos obligados a coger las maletas, y salir de una tierra que nos vio nacer pero que nos obligan a abandonar. Vosotros, amigos, sois un ejemplo de que los jóvenes debemos luchar también por nuestra tierra, por el futuro de estas comarcas, porque nos den alternativas para evitar que todo esto se quede como un solar.
 Amigos, hoy es un día especial para vosotros, y también para mí. Me siento muy orgulloso de estar aquí dirigiéndoos estas palabras, y más aun sabiendo que es la primera vez que hacéis esta reunión en Mieres, la villa que me vio nacer, en la que trabajo, en la que vivo y a la que quiero.

Ý para despedirme solo quiero lanzaros un mensaje de respeto y de cariño. Sois un auténtico ejemplo para las generaciones venideras. Gracias a vosotros, muchos podemos vivir con ciertos derechos que sin la lucha obrera de la que los mineros sois punta de lanza, jamás se habrían conseguido. Seguid así, continuad con estas reuniones, y haced que la memoria de ese pozo en el que trabajasteis, Sela, Tres Amigos, siga viva para siempre. ¡Puxan los mineros! ¡Puxa Tres Amigos!.

Mineros que leen

A veces trabajar con una cámara grabando testimonios personales puede ser mucho más que una simple actividad laboral. Es en estas contadas ocasiones cuando más sentido cobra la afirmación de Rabiger “si a menos de 15 kilómetros a tu alrededor no encuentras una historia que contar, cambia de oficio”.
Es cierto que desde mi estudio hay una distancia mayor hasta la cuenca, donde tomé memoria gráfica de los recuerdos de aquel grupo de mineros retirados. Pero no lo es menos que dejaron de importarme los gastos de producción en cuanto pude encuadrar aquellas manos. De repente, en el visor de mi equipo tomaron cuerpo músculos en escorzo, ceños fruncidos, miradas profundas como la caña del pozo que, periódicamente, les prestaba y arrebataba la luz del sol. No podía enfocar sin tener presentes a aquellas mujeres que siempre esperaban con los guajes y el alma llena de angustia.
A través del lento desgranar de sus recuerdos iba tomando cuerpo toda una forma de entender la vida. Se justificaba en cada dato el hecho cultural irrenunciable de su lucha por la supervivencia. Cuando hablaban, con esa franqueza en la mirada, de las jornadas interminables; de lo que era barrenar a polvo, sin protección alguna; de los salarios miserables; de las triquiñuelas al falsear la edad, para poder ir a pedir modo y empezar en el tajo; de la fame que pasaron y de la que era preferible no acordarse; la vida, nuestra vida de hoy en día se posterizaba grotesca y yo sólo anhelaba que siguiesen contando más y más.
Nunca podré olvidar el relato, escalofriante en su sencillez, de la decisiva intervención de uno de ellos en el salvamento de otro. Las frases cruzadas de ambos; lo providencial de aquel taponar una hemorragia por la que la vida escapaba a borbotones. La presencia de los dos mineros contando a cámara su historia me hizo comprender de una forma indeleble de qué pasta estaba hecha esa gente.
Y hablaron de la represión; de la crueldad de las palizas; de la progresiva toma de conciencia de clase; de la camaradería; de la solidaridad. En sus historias se palpaba un trasfondo común; habían participado en la creación de una sociedad que, para bien o para mal, iba a configurar un futuro diferente para los suyos. Todos llegaban a un punto en el que pasaban de ascender por una cuesta empinada de recuerdos progresivamente más amables: las celebraciones, las fiestas en su patrona, la mejora de las condiciones laborales y de seguridad, el ver cómo sus hijos salían adelante; y de pronto se pronunciaba la palabra maldita, futuro. Y a todos ellos se les torcía el gesto.
Este puñado de luchadores, tallados en el acero del sacrificio diario, orgullosos de su pasado y razonablemente conformes con un presente que, en muchos de ellos, arrastraba claras secuelas de las condiciones en que habían desempeñado su oficio, cambiaban el tono al hablar de un futuro más que incierto para su tierra y para sus gentes.
Estoy seguro de que no exagero al afirmar que sospechaban que su mundo se acaba y que flotaba en el ambiente la convicción de que un cierto castigo político de quienes en otros tiempos les utilizaron, va a obligar a la inexorable desertización social de unos territorios que dieron lo mejor de sí y que se han visto, a posteriori, irremediablemente condicionados por las consecuencias de las actividades a las que, en cierto modo, les condenó el incipiente capitalismo del momento.
Ninguno de ellos pareció tener dudas acerca de las posibilidades de que una reindustrialización seria insufle nueva vida en su cuenca. Diríase que sospechan que en los tiempos que corren los amos de siempre preferirán buscar operarios en colectivos con una menor tradición de lucha obrera.
Siempre me sorprendió ver el afán con el que los paisanos hojean los periódicos en esos chigres que tanto les gustan. Da qué pensar: ¡mineros que leen!.

Mariano Bermejo