martes, 29 de noviembre de 2011

Pregón de Jose Luis Argüelles en la segunda reunión de antiguos trabajadores

A LOS MINEROS DEL POZO TRES AMIGOS
El Entrego, 19 de noviembre de 2011
José Luis Argüelles
Cuentan las crónicas, con exactitud cronológica un poco fría, que en la mañana del 26 de diciembre del año 2000 –fiestas navideñas en las que los milenaristas hacían cábalas y despachaban pronósticos siempre sombríos sobre el nuevo siglo- una chapa de hierro toscamente grabada con la fecha de ese día y la palabra “FIN” rubricaba el cierre del pozo Tres Amigos, la última mina activa de la Güeria del San Juan.
 Fueron testigos, según los mismos relatos, un puñado de trabajadores a los que puedo imaginar, porque me tocó cubrir en aquellos años la información un poco funeral de la clausura de otras instalaciones (de Polio al San José, pasando por el Santa Bárbara, en La Rebaldana), cierto gesto de incomprensión, de abatimiento incluso, en sus nítidos perfiles dibujados por las sombras de la hulla. Ya sabéis, el corazón tiene razones que la razón no entiende, como sentenció Pascal, intuyendo que el sentimiento piensa a veces mejor y de manera más interesante de lo que pueda hacerlo el raciocinio; emoción y razón no siempre se entienden. Y puedo intuir también, en aquella despedida, el silencio espeso que concedemos a las ocasiones un poco solemnes. A nadie le gusta que hagan chatarra de su historia, que astillen su biografía laboral, que inunden con el agua del olvido –como si fuera un pantano- su hoja de servicios.
Debo confesaros que no me gusta la palabra “fin”. Quizás esté bien para las películas, donde el metraje obliga a hacer ese corte abrupto en la sucesión de los acontecimientos, pero la vida es siempre recuerdo, relación con los otros, una dialéctica renovación en la que el pasado y el presente se proyectan en el futuro. El pozo Tres Amigos se cerró, sin duda, pero su historia sigue palpitante con vosotros, como demuestra el hecho de que hoy estéis aquí, codo con codo, reconociéndoos en los compañeros y abrazando la narración compartida que forjasteis con vuestro sudor, la fatiga y el esfuerzo solidario. Ningún gobierno, ningún empresario puede clausurar esa memoria común que os une al cabo del tiempo: el orgullo de pertenecer a una hermandad creada desde el sentimiento de ser honestos trabajadores que cumplieron con lo suyo, que se atrevieron a soñar un mundo mejor, que hicieron un mundo un poco mejor, más habitable. No todos pueden decir lo mismo.
Por eso, cuando los amigos que organizan este encuentro anual me propusieron que os dirigiera unas palabras acepté sin vacilación.  Porque constituís, sin duda, una comunidad honorable y porque, por esas razones que el corazón entiende, me siento parte de la misma, alguien que lleva en su ADN las señales del carbón, uno más entre vosotros.
¿Y cuáles son esas razones que el corazón comprende?, os preguntaréis. Hijo, nieto y sobrino de mineros, vuestras luchas, tragedias y anhelos han sido siempre los míos. Mi padre José Antonio Argüelles Suárez, Pepito, al que la enfermedad le impide estar hoy aquí pero que os envía su más efusivo saludo y un muy fuerte abrazo, trabajó durante casi cuarenta años en esos mismos tajos de Sela: la sílice se lo recuerda todos los días, como una terca enemiga implacable. Le hicieron el favor de incorporarlo a la plantilla del pozo cuando sólo tenía quince años porque su padre, mi abuelo Celso Argüelles Álvarez, había muerto en un coladero de Tres Amigos en septiembre de 1938, cuando la mina aún estaba militarizada. Ni siquiera dejaron subir el cadáver a la casa familiar de Santo Emiliano, allí donde las cuencas hermanas del Caudal y del Nalón se miran la una a la otra. Y mi otro abuelo, Silvino Argüelles Menéndez, al que muchos de vosotros recordaréis por sus canciones, entre otras esa emocionada tonada que es “El cielu ye p´al mineru”, fue lampistero en El Casar, que es oficio hermoso ese dar luz a lo demás. Y en Tres Amigos trabajaron, también, mis tíos Dionisio, Sabino y Pichi, fallecidos ya los dos primeros. Y para colmo dicen que nací justo cuando el “turullu” de Sela, que se escuchaba desde todas las casas de la Güeria de San Juan, como el reloj que da las horas –terrible a veces, cuando avisaba de la tragedia-, marcaba el cambio de relevo.
Hablo, pues, de una mina que forma parte también de mi memoria, de recuerdos que se adunan con los vuestros y de sentimientos que, seguro, compartimos. Todos hemos vivido del carbón y todos, también, nos hemos sentido, en algún momento, heridos por su causa. ¿Qué familia de las Cuencas no guarda alguna esquela teñida por el luto del pozo, impresa en la tragedia de las profundidades? De ahí la importancia de actos como el de hoy, que son mucho más, creo yo, que una comida de confraternización. Y lo son porque hay sutiles y estrechos lazos que unen a las generaciones en la alegría y en el dolor, en la dignidad del trabajo y en el recuerdo de los nuestros, la gran cofradía de la gente del carbón.
Los mineros que rindieron su sudor en el valle del San Juan están en el cuadro de honor de esa dignísima asociación a la que acabo de referirme. La sociedad anónima Minas Tres Amigos se constituyó como tal el 23 de febrero de 1939, dieciséis meses después de que el Frente Norte republicano hubiera caído con la entrada de las columnas navarras en Gijón. La Guerra Civil había finalizado oficialmente en Asturias, que se convirtió, en medio de la más calculada y feroz represión, en la carbonera del nuevo régimen, la gran suministradora del único combustible autóctono. La empresa era, en realidad, el resultado de un proceso de concentración y modernización de la explotación hullera en esa Güeria –ya saben, un territorio entre dos grandes valles- que se extiende bajo las nieblas pertinaces del monte Polio. José Sela, propietario del Peñón y El Casar, llegó a un acuerdo con Duro Felguera para deshullar las capas bajas, junto a Vegadotos y Entrerríos. Sólo veintinueve años antes, a escasos metros del nuevo pozo, Manuel Llaneza había fundado el Sindicato de Obreros Mineros de Asturias (SOMA). Con el tiempo, en Tres Amigos, de la mano de Tino el del Alto y de otros mineros, prenderían también las primeras Comisiones Obreras. Y se levantarían barriadas completas, como las de Murias o Rioturbio, para albergar a las numerosas familias que llegaban de un punto y otro de España y Portugal para trabajar en el pozo o en el cercano Polio. El aislamiento internacional de la dictadura hacía del carbón asturiano una fuente energética imprescindible, irrenunciable. Tengamos en cuenta que el franquismo no inicia las importaciones masivas de mineral hasta después del Plan de Estabilización de 1959. Por tanto, el carbón es durante muchos años un negocio estratégico del que sus dueños –los propietarios de las concesiones- sacan beneficios sin necesidad de modernizar las explotaciones, siempre desde la base de dos orientaciones laborales nítidas: mano de obra intensiva y salarios bajos. En esos años llegan a estar en activo en Asturias hasta 109 empresas carboneras. Una expansión que se hizo a costa, como ya he dicho, de incentivados movimientos migratorios, costes mínimos, deficientes medidas de seguridad y muy escasas inversiones técnicas, como subrayan Sebatián Coll y Carles Sudriá en su muy recomendable libro “El carbón en España, 1770-1961. Una historia económica”.
Es una situación que no tardaría en manifestar sus graves insuficiencias y que está en el origen de la empresa estatal HUNOSA, creada en 1967 y a la que se incorpora Tres Amigos, siguiendo la estrategia de la mayoría de los empresarios mineros asturianos, el 21 de febrero de 1969, según decisión del Consejo de Ministros. La espantada del capital privado se produjo ante la posibilidad de importar mineral a precios muy competitivos y dejó al desnudo la trama sobre la que estaba montado el negocio: la explotación de los trabajadores bajo el tutelaje de una dictadura que privaba a éstos de los más elementales derechos. Las huelgas del 62 y las de los años posteriores fueron, en buena medida, una respuesta a aquellas condiciones económicas, políticas y sindicales en unos tiempos en los que la esperanza aún hablaba en voz baja, no la fueran a encarcelar también.
Los trabajadores de Tres Amigos no fueron ajenos a todas esas circunstancias que acabo de describir someramente. De hecho, como muchos de vosotros sabéis, aún en noviembre de 1975, en los días en que la dictadura agonizaba, los vagoneros del pozo protagonizaron una huelga que acabó extendiéndose al conjunto de HUNOSA, cuya dirección, en aquel momento, no encontró mejor salida negociadora a la protesta que la sanción a nada menos que 4.500 trabajadores de las Cuencas. El 30 de diciembre 32 ayudantes mineros se encerraron en Tres Amigos, lo que desembocó, primero en un paro solidario de la plantilla del pozo, sancionada al completo, y, posteriormente, en una huelga generalizada en el Caudal y el Nalón, con numerosas detenciones.
Tres Amigos, que tuvo una plantilla siempre muy ajustada, pudo sortear los cierres masivos de instalaciones de principios de los años 90, tras el encierro de las ejecutivas de los sindicatos mineros en el pozo Barredo y la aplicación de una nueva estrategia extractiva basada en la concentración de yacimientos. Polio, por ejemplo, fue clausurado en 1992, ocho años antes. Con la desaparición de ambas minas, la Güeria de San Juan, uno de los valles mineros por antonomasia, bajaba el telón de más de siglo y medio de actividad minera y regresaba, como en un viaje en el tiempo, a su etapa preindustrial. Hoy es una zona demográficamente envejecida en la que ningún gobierno ha invertido un solo euro pese a la enorme contribución que su paisanaje y su paisaje hicieron al relanzamiento económico de nuestro país. La explanada de Tres Amigos sigue a la espera de un prometido polígono industrial mientras se retienen partidas millonarias de fondos mineros que los sindicatos supieron arrancar como compensación a la liquidación del sector. Algo habrá que hacer, digo yo.
Hay una imagen de “Pídele cuentas al rey”, la película que mi admirado José Antonio Quirós rodó, entre otros escenarios, en Tres Amigos, que sigue causándome un extraño malestar. Me refiero al corte del cable de la jaula del pozo, que se precipita con oscuro estruendo por la caña, hacia el fondo. Es como si la sima se tragara, de pronto, los sueños de cientos de personas que alentaron, desde el sufrimiento y la tenacidad, un horizonte de esperanza. Gracias a aquel descomunal esfuerzo muchos pudimos ir a la Universidad, escribir en los periódicos, dar clases, hablar idiomas, viajar por el ancho mundo, pero no tengo tan claro que hayamos sido capaces de mantener la llama que alimentaba tanto sacrificio. Me refiero a la solidaridad, a ser capaces de ponernos en el lugar del otro, de nuestro semejante. Esa cualidad es la que os hizo fuertes, la que os permitió resistir y ganar unas cuantas batallas. Si con el cierre de los pozos dejamos que esa seña de identidad de la cultura minera se marchite, nos habrán derrotado. Por eso están muy bien encuentros como este de hoy, con los que recordar y seguir siendo una voz unida que no renuncia a su pasado, pero tampoco al porvenir: saber de dónde se viene y hacia dónde se va. Quien desiste de la lucha, está ya vencido. Y, por lo que yo sé, a los mineros no los ha doblegado nadie jamás. Que tampoco lo haga la desesperanza en estos tiempos confusos; seguid siempre fieles a vuestro corazón insumiso. Y como cantaba el gran Xuacu el de Sama, “viva la xente minera”.
El periodista Jose Luis Argüelles finaliza su emotivo y sentimental pregón, ante los organizadores y resto de ex-trabajadores del Pozo presentes en la reunión.